sábado, 25 de abril de 2015

¿Cansada? No, en camino.

Muchas veces ante la pregunta de "¿cómo estás?" respondo "cansada". No es que esté mal, pero tampoco estoy bien. Y estoy cansada.

Hay muchos modos de estar cansado. 
Puedes estar cansado y no tener nada que hacer. En ese caso puedes sentarte a descansar y en cierto modo "disfrutar" de ese cansancio, acogerlo y saborearlo, sin más, con sencillez y naturalidad.

Hay otros cansancios que vienen precedidos de un esfuerzo por algo por lo que merecía la pena luchar. En ese caso, son cansancios dulces, serenos y en cierto modo alegres. Son cansancios que descansan, porque tienen mucho sentido. Son cansancios que nos recuerdan que estamos vivos.
Pero no son estos los únicos tipos de cansancio. 

Hay cansancios que emergen a medio camino: cansancios que aparecen pese a tener que continuar. Son momentos en los que uno piensa que ya no puede más, y a la vez debe levantarse y luchar. Ese cansancio sabe a nada: a vacío y a impotencia. Muchas veces ese cansancio sabe a soledad. Muchas tiene un tinte amargo, como cuando surge desde el suelo: es el cansancio de tener que volver a empezar una batalla que se creía ya ganada. Es el cansancio que además duele, porque no sólo tienes que hacer frente al cansancio, sino al fracaso y a la desilusión. Desde el suelo te preguntas si mereció la pena tanto esfuerzo, si merece la pena seguir luchando, cuando ni siquiera nadie puede asegurarte que esta vez se vaya a lograr. Ese cansancio se mezcla con la impotencia de, aunque quieras, sentir que no te puedes levantar. O el cansancio de las situaciones que no tienen solución, pero que ahí están. Se me ocurren mil ejemplos. En el día a día veo luchar a gente que no puede más.

Me pregunto por qué lo hacen. Yo, que me ahogo en un vaso de agua. Quizás es sólo instinto de supervivencia, o quizás es algo más.

Los peores cansancios son los de la falta de esperanza. El cansancio de quien está de vuelta de todo, quien no encuentra sentido a su vida, de quien vive por inercia, sin estar realmente a gusto con lo que hace. El soso cansancio de quien avanza sin saber hacia donde y sin tener un por qué, demasiado cansado y desilusionado incluso para parar.

El hecho es que, si empezamos a luchar, fue por algo. Teníamos un sueño, una razón, un motivo o una esperanza. Así que, si hubo una razón por la que empezamos el camino... ¿por qué no continuar?

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