Querido A.: tú no me conoces, aunque me has visto. Soy una de las
múltiples personas de blanco que se han cruzado en tu corta vida. A tus 2 años
la vida ya te ha hecho más perrerías que a mí en mis 24. Llevas toda una vida
de sufrimiento. Me miras desde tu cama de UVI, con esos ojos negros, intubado,
con tus vías y tu SNG, y esos ojos me dejan cautivada. Vuelvo a mirar la
pantalla gris, blanca y negra del ecógrafo y trato de concentrarme en ella,
pero al poco me descubro mirándote de nuevo. ¿Sabes? Me recuerdas a muchos
niños que conocí este verano en un lugar muy lejos de aquí, donde la tierra es
roja y las palmeras se elevan desafiantes hacia un cielo gris. A priori pienso
que ese parecido se debe a la similitud de vuestra constitución, pero no… no
sólo tienes su constitución física, provocada por la desnutrición; también
tienes sus ojos: esos ojos profundos y vidriosos, esos ojos dentro de los
cuales uno se sorprende al encontrar tanta luz en medio de tanta oscuridad;
ojos tan profundos en los que uno podría perderse, ojos que hipnotizan…Tienes
una de esas miradas que no se olvida fácilmente. He mirado ojos que han visto
muchas más primaveras que los tuyos, y que sin embargo están mucho más vacíos.
No sabes hablar, ni creo que la vida te brinde la oportunidad de aprender, pero
tus ojos hablan más que muchas de las personas con las que he pasado horas.
Deberías estar jugando en algún parque, con una sonrisa pilla, aprendiendo a
andar (otra cosa que muy probablemente nunca aprenderás…), mientras tu madre te
persigue para que no te caigas. En vez de eso estás tumbado delante de mí, con
una mueca de dolor, separado de tus padres porque aún no es hora de visita. En
el modo de hablar de tu Pediatra adivino que no hay mucha esperanza para ti.
Tus pulmones empiezan a fallar. Tu organismo ya no tolera más medicación. Pero
tus ojos siguen mostrando tanta vida. ¿Por qué tenéis los niños tantas ganas de
vivir? ¿Y por qué a los adultos se nos olvidan?
Querido A.: no sé qué será de ti. La verdad, no tengo muchas
esperanzas en que sobrevivas mucho tiempo más… Me pregunto si ese tiempo habrá
merecido la pena, o por qué hacemos esto: porqué seguimos apostando por tu
vida. Supongo que es por esa capacidad de lucha que tenéis los críos, que nos
hace seguir hasta el final porque muchos de vosotros remontáis, aún incluso
cuando aparentemente no queda ninguna esperanza. O quizás sea por esa facilidad
que tenéis para haceros querer… o para hacernos crecer.
Querido A.: ojalá pudiera hacer algo por ti. Me dan ganas de
arrodillarme delante de ti. De hacerte una reverencia y de decirte “ole”.
Porque eres más valiente que yo. Porque tú, cosita pequeña, estás soportando
cien mil veces más que la carga que yo llevo encima y a mí se me hace
insoportable. ¿Cómo puede haber tanto dolor en una cosita tan dulce como tú?
Querido A.: te deseo lo mejor. Acuérdate de mí cuando vayas al
cielo. Querido pequeño. Si alguna vez te encuentro allí supongo que me
avergonzaré de cuántas cosas en mi vida me han supuesto un mundo, o de las
veces que me he quejado, o de las veces que he desperdiciado mi vida, ese
regalo que a ti se te ha negado.
Querido pequeño: a ti te prometo que voy a vivir. Que voy a aprovechar
mi vida, y que con ella brindaré por ti…
Es curioso: yo tampoco te conozco, aunque te he visto. Eres uno de los
múltiples niños que se han cruzado en mi vida. Ahora estás ahí, entre un
pequeño cuya sangre es bombeada por un aparato fuera de su cuerpo porque, aunque
aún ni siquiera sabe hablar, su corazón ha decidido dejar de funcionar; entre
una niña con el abdomen abierto por un hígado demasiado grande que le acaban de
trasplantar, y un niño de 8 años que entabla conversación amigablemente con
las enfermera, con esa naturalidad de quien ha pasado muchos años ingresado en
un hospital.
Querido A.: En un instante me has enseñado más que muchos profesores
en años. Sé que no toda la medicina es así. ¿Sabes? A veces es por ella por la
que merece la pena quitarse el sombrero. ¿Sabes? Hoy no sólo te he visto a ti.
También he estado en quirófano, en la intervención quirúrgica de una niña a la
que por fin han podido terminar de operar, en la última de las muchas intervenciones que englobaba su tratamiento.
Tampoco la conoces, pero has pasado mucho tiempo con ella como compañera de
habitación. Probablemente más que lo que has pasado de seguido con tu familia.
Tan sólo estaba a un cristal de ti. ¿Sabes? Ha sido un éxito. Su hígado, que no
siempre fue suyo, funciona bien. Lo hemos comprobado a través de esa pantalla a
la cual yo ahora, debido a tus ojos, no puedo atender. No sé si tú tendrás
tanta suerte como ella. Tú también necesitaste que te dieran un órgano de otro
porque el tuyo no te servía, pero a ti te sentó mal. Lo siento por ti, de
verdad. Ésta, la unidad de cuidados intensivos de pediatría, es la sala de las
grandes apuestas. Se ven milagros e infiernos. Todo junto. Belleza y sufrimiento;
cariño y dolor. Todo junto.
Siento no saber vivir, cuando a ti ni siquiera se te ha dado la
oportunidad de aprender. Pero gracias por esta conversación de miradas que me
has permitido tener. Mis ojos, ahora verdes y vidriosos, han llorado más que
los tuyos, pero por cosas menos importantes. Tú ya no lloras. Y de veras que lo
siento.
Sólo tengo una última cosa que decirte: desde lo más profundo de mi
corazón, sinceramente, ha sido un placer conocerte. Cosita preciosa: el mundo
se siente agradecido de haberte tenido en él, aunque haya sido sólo un momento.
GRACIAS
Simplemente precioso.
ResponderEliminarMe alegro de que te guste. A mí me recuerda en medio de mi estudio que merece la pena seguir adelante... Ánimo con la carrera, y sobretodo disfruta de ella!
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