Querer gritar y llorar y no tener hacia donde hacerlo.
Tener miedo y no saber a qué.
Estar perdida y no poderte mover.
"¿Y si...?" Y si eterno. Como eternos son sus puntos suspensivos.
Ser o no ser. Verdad o cuento. Exageración o necesidad.
Cortina de humo o problema real.
¿Y qué hacer si es tu cuerpo el que decide dejarte de hablar?
"¿Y si...?" ¿Es que no lo vas a decir en voz alta? En silencio sonríes. No, no es eso. Va más allá.
Es que nunca lo dirás. En voz baja tampoco. Ni siquiera a ti misma.
De hecho, no lo sabes.
¡Eterna duda! Duda sin resolver. Sin resolver porque ni siquiera se llegó a formular.
Silencio entre tú y tú. Abismo interno.
Abismo irreal por la proximidad de sus extremos,
Abismo irreal por la proximidad de sus extremos,
pero real por tu imposibilidad de cruzar.
Puede que me ahogue en un vaso de agua... ¡pero qué resbaladizas y lisas son sus paredes cuando se intentan escalar!
Dos caras en una moneda. Pegadas. Pegadas entre sí, pero incapaces de contactar.
Cara y cruz. Luz y oscuridad.
Entre el cielo y el suelo... y tú exactamente en medio.
"¿Y si..?" Y resuena con más fuerza.
"¿Y si...?" Y como tantas otras veces te das la vuelta. Te das la vuelta, corres...
Huyes. ¿De qué? De ese "y si".
De la pregunta que nunca se llegará a formular.
De ti misma. De tu sombra. De tu reflejo. Pero tu estás en ti, tu sombra te sigue fielmente detrás, tu reflejo reaparece cada vez que, asustada, decides entreabrir los ojos para mirar.
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